El sábado se regalarán volúmenes en el Macro.
Es una movida global con más de cien adeptos locales.
Libros y comentarios que circulan libremente, más allá del mercado y la propiedad. Héctor Rio.
Mariela Mulhall / El Ciudadano
La transformación que provocó el acceso a internet en los vínculos humanos y la producción intelectual parece ser un fenómeno tan infinito y heterogéneo como la propia red. Y su inercia no deja de generar movimiento, no se detiene y convoca el asombro. Como es el caso del “Bookcrossing”, una actividad de intercambio de libros que pretende convertirse en una biblioteca global y que cuenta con un catálogo de seguimiento a través de un sitio digital. De esa forma, lectores de todo el mundo hacen circular ejemplares e intercambian sus apreciaciones en forma continua. Este sábado, a las 18, el grupo que se reúne en Rosario efectuará una “liberación masiva” en la explanada del Museo de Arte Contemporáneo de Rosario (Macro), es decir una distribución gratuita que permitirá ampliar el espectro de participantes.
En principio, la idea suena tan extraña como enigmática, pero la actividad consiste, básicamente, en el registro de libros –físicos, no virtuales– en una página de internet, los que luego se “liberan” en espacios públicos o se intercambian en reuniones. El código obtenido para cada volumen permite rastrear su recorrido y leer los comentarios de quienes lo van encontrando o capturando en ese recorrido incierto. BookCrossing.com es un trabajo concebido y mantenido por Ron Hornbaker, un socio de una compañía de software con sede en Kansas City, Missouri, y Sandpoint, Idaho. La idea se le ocurrió en marzo de 2001 y el sitio empezó a funcionar al mes siguiente. Ya cautivó a unas 112.000 personas de todo el mundo, convirtiéndose en uno de los grupos de lectura más populares de la red. En Argentina, los grupos funcionan en Buenos Aires, Córdoba, Mendoza y Rosario y se encuentran en plena expansión.
Marcelo Valenti –quien navega por el ciberespacio con el alias “hesiod66” desde Rosario– es empleado, tiene 42 años y una pasión que lo obsesiona desde que tiene uso de la razón: los libros, esos objetos tan codiciados por una parte de la humanidad, ignorados por otro tanto, y hasta puestos en la mira por los tecnócratas que ahora se empeñan en presagiar su futura e inevitable desaparición. “En realidad, yo armé mi biblioteca con libros usados –advierte el rosarino y autor de Presagio de la reina ciega y Una langosta en la casa invisible–. Por eso me enganchó la idea de poder seguir su recorrido y las opiniones, ideas y críticas que despiertan en la personas que lo leen”. Esa es una de las principales razones que atrapa a sus participantes, la del recorrido, la del objeto que transita de mano en mano, y que dibuja su propio recorrido entre los caprichos del tiempo, el espacio y el pensamiento. “Además, por más que te apegues a ellos y no estés dispuesto a cederlos, siempre sabés que hay alguno que no vas a volver a releer o a consultar”, acota.
Su inserción en la red Bookcrossing data de 2003, una etapa aún difícil para Argentina, cuando la economía empezaba a vislumbrar algunos repuntes y se iniciaba un camino de reconstrucción de los vínculos desmembrados por la crisis. Según recuerda Valenti, se inscribió en el sitio, aunque en esa primera instancia no tuvo interés por indagar más. Pero luego retomó la idea y perseveró. “Hacia fines de 2005 me enteré de otro interesado que se había inscripto y se comunicó con gente de Rosario. Entonces empezaron las reuniones periódicas, que ya convocan a 108 personas en la ciudad, entre ellos escritores, docentes, traductores o simplemente lectores que sostienen una constante circulación de libros”.
Pero a diferencia de los tradicionales intercambios que se conocieron en el aula, el club o el grupo de amigos, la experiencia pretende escaparse de un círculo cerrado de lectores, buscando estrategias para que ese caudal bibliográfico continúe expandiéndose, y que no sólo atraviese las fronteras locales, sino que alcance a lectores de otros países. En ese sentido las posibilidades de “liberar” libros son variadas. Una de ellas, la más audaz, sugiere regalar los libros al viento, generalmente dejarlos al azar, en espacios públicos, para que alguien los recoja y luego se inscriba en el sitio. “Soy un libro muy especial, no estoy perdido ni olvidado, tan solo soy un libro libre”, se expresa a través de una etiqueta adherida en la tapa y la primera página, una marca que, además, invita a ingresar en www.bookcrossing.spain.com, o bien en http://bookcrossing-argentina.blogspot.com y http//ar.groups.yahoo.com/group/bc-rosario, entre otros. Como cada ejemplar cuenta con un número de ingreso o inscripción, quien realice el hallazgo (en la jerga se denomina “cazar”) podrá ingresar al sitio y, luego de la lectura, efectuar un comentario que quedará registrado y permitirá que continúe su camino en manos de otro lector. A veces, a través de un viajero o el correo clásico, el libro emprenderá un largo viaje y arribará a destinos insospechados. Con menos tiempo en Bookcrossing, Patricia Labastié, una joven traductora, no puede ocultar el entusiasmo que inclusive la impulsó a participar de la actividad que se realizará pasado mañana en el Macro. “Estos textos que recorren el mundo permiten rescatar al libro y la lectura”, explica.
“Ya he leído «Entre sueños», tiene un cierto sabor y olor a Borges (¿o Borges tiene un cierto sabor y olor a Paul Groussac?)”, expresa un lector sobre uno de los libros que liberó Valenti. En tanto, otro contesta desde Madrid: “Recibido e inmediatamente leído. A mí me ha gustado, me parecen curiosas las divagaciones sobre el sueño, además de ser un tema que me interesa gracias a mi amigo el insomnio. Gracias a “hesiod66” por darnos la oportunidad desde lejos, y a Ghazghkull por ponerlo en marcha”. El fenómeno llama la atención porque traduce una verdadera mixtura entre dos formatos, el libro impreso y la red, a menudo enfrentados. Mientras que internet permite la construcción de un enorme catálogo y posibilita un seguimiento, una biblioteca universal continúa promocionando el libro real, ese objeto que muchos tecnócratas empiezan a vislumbrar como atávico, pero que desde su trinchera silenciosa se resiste a desaparecer.
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