Aca van algunas imágenes con estadísticas del grupo. Solo para ver desde donde nos visitan y cuantos somos los que leemos el blog. Adelante BookCrossing Argentina! :D
Prezensia Simiasterio, dos veces viuda de Aserteros, despertó sobresaltada luego de soñar que la cama se le llenaba de gajilíes colorados que la aplastaban hasta asfixiarla. Había dado demasiadas vueltas esa noche, en el enorme lecho custodiado por el mobiliario oscuro, pesado, amenazador. Las sábanas de matelán, bordadas con sus iniciales, se le habían enroscado en el cuello y el despertar se confundió con el sueño sofocante. Quiso gritar, con la idea de que alguna de las niñas acudiera a socorrerla, pero no le salió la voz. Pensó:- Mejor te tranquilizas, Prezensia, y desatas este anudadero. Y eso hizo, sosegada por el crecimiento de los rumores y los pasos que iban poblando la casa. El esfuerzo la agotó. Quedó exánime, los brazos en cruz. Creyó entrever en los rincones la manifestación de algunos de sus muertos. Pero no. Cuando la respiración volvió a su cauce se levantó, soltó su cabellera de la redecilla y la cepilló con vigor. Se echó la pañoleta de seda sobre los hombros y salió en camisón al patio principal. Había un vestigio de frescor, el atisbo de la lluvia que había regalado la noche. Pero el canto de las cigarras en los eucaliptos presagiaba un día bochornoso. Se encaminó hacia el segundo patio, donde estaba la cocina, la puerta abierta de par en par. Un olor a café amargo le saltó al pecho. -Buenos días, progenitora- dijo la primera de las vástagas que la advirtió en el vano. Y fue como dar cuerda a una hilera de cajitas de música. En canon se cumplió el rito del saludo filial al que se sumó el respetuoso coro de las criadas:-Buenos días tenga la señora Prezensia. -Todo en orden, pensó la dueña de casa y se ubicó en la cabecera de la mesa. Placeres y Clemencia entraron, ya muy vestidas, con la ropa que utilizaban para las visitas de pésame. -Su bendición, progenitora-dijo Placeres- Voy a lo de los Batata. El hijo mayor de la familia, que había sido compañero de escuela de la muchacha, había sido devorado por un caimán en un vado del río de los Cienfuegos.
-La tienes, hija, que tu visita es piadosa. ¿Tú también vas, Clemencita? -No, progenitora. Anoche, cuando usted se había acostado, llegó Ramón Barquero para avisar que murió Asuncionsita Oveja, la celíaca, de un atracón que se dio con los pasteles que habían preparado para las bodas de oro de sus abuelos. Invitaron a la familia a una fiesta y al llegar, encontraron un velorio. -Vayan en paz- dijo doña Prezensia, mientras pensaba en lo bien que se comía en casa de los Oveja. Después de tomar su café y antes de vestirse, doña Prezensia se asomó al tercer patio. -¡Fermín!¡Fermín! -Mande, señora. -Hoy no le pongas tanto alimento a los baigales, que se empachan. Y dile a Crisiano que prepare el coche, que tengo que salir. -Si, señora. El mulato salió corriendo como si fuera un hemú. Doña Prezensia se quedó abstraída en la contemplación de las enormes ramas del urcal. Entonces escuchó gimotear. Algo ocurría en uno de los retretes. La señora golpeó la puerta. -¿Qué pasa?¿Quién llora? Se produjo un silencio. El cerrojo se corrió, se abrió la puerta y Lisitú, en camisón, desmelenada y enrojecida de tanto llorar, se arrojó a los brazos de su progenitora. -Pero hija, hija, ¿qué te pasa? La niña estaba tan perturbada, que la hizo sentar en uno de los bancos dispersos por el patio. Doña Prezensia prefirió no recurrir a las criadas. Ella misma sacó agua del aljibe y se la sirvió a Lisitú en una de las jícaras de mellado latón. -Bueno, ¿mejor? A ver, ¿qué te sucede? -Rufino, progenitora. Anoche me tocó con la mente....ahí donde usted sabe. Me tocó mucho y no sé si no me enfermó de un hijo....... La desolada niña volvió a aferrarse a su progenitora, mientras una bandada de pelibes castaños cruzó el cielo en perfecta escuadra, portadores de la desgracia y el calor del mediodía. -Bueno, bueno. No llores más. A ver......¡Estanislasia! ¡Estanislasia! La vieja india se asomó por un resquicio de la cortina que cubría su puerta. La progenitora tomó a Lisitú por los hombros y se encaminaron hacia la anciana. -Estanislasia, hazle tomar baños de asiento de agua caliente y té de Cachamai. -Ahhg- exclamó la desdentada- ¿quién fue el puerco?¿quién osó.....? -El abusador de Rufino Cordero, ese asqueroso violador telepático. Ya le voy a arreglar las cuentas. Ahora prevengamos males mayores. -Ahhg- resopló la vieja y atrajo a la muchacha a su recinto. A pesar de la preocupación, Doña Prezensia no pudo dejar de sentir el peso de algunos ojitos curiosos y malignos, de los criados que cumplían sus tareas en los corrales del último patio. Gritó para todos y para nadie:- Y todo el mundo a trabajar, carajo. Corrió presurosa a vestirse. Cuando salió del cuarto hacia el escritorio, se cruzó con Ismaelita. -Progenitora, el bisabuelo Simón mandó recado. La espera esta tarde, a la hora del té. -Gracias, hija.- ¿Qué querría ahora ese avaro y perverso abuelo suyo? Se encerró a trabajar con sus papeles. En pocas horas tenía que entrevistarse con los hermanos Garza, unos mellizos del pueblo, ordenados sacerdotes, que compartían el manejo de la capilla de la Última Caridad. Quería iniciar los trámites de beatificación en vida de su hermano Hipólito, el epiléptico, que había intercedido milagrosamente en la curación d e la esterilidad de varias vecinas, que ahora querían rendirle culto. Miró los retratos que presidían la habitación. Don Antenor Aserteros, augusto con su aureola de pelo crespo y canoso, los mostachos enhiestos, la mirada llena de poder. La fortuna había venido de su mano. Pálido, bello, lampiño, Egidio Aserteros, su sobrino y segundo esposo, languidecía en el otro retrato. Con el había conocido la pasión. Una profunda oscuridad se agolpó en la ventana, pero antes de que doña Prezensia pudiera preguntarse que significaba, golpearon la puerta. Era Crisiano. El coche estaba listo. En el patio sus vástagas miraban hacia el cielo. -¿Vio progenitora? Parece que va a llover. Doña Prezensia comprobó de un rápido vistazo el presagio. Eso era la porquería que Mamada Perpetua tenía por clima. Llover, siempre llover. Y a veces, también, llorar. Marcelo Juan Valenti (Rosario, 1696). Publicaciones: "Paralelo Protervia", novela en co-autoría con María Luisa Siciliani, 1998 "Una langosta en la casa invisible", cuentos, 1999. "Presagio de la reina ciega", poemas, 2002. "Caballo Bifronte" prosa poética en co-autoría con Susana Rozas 2003. "Juego de abadesas", poemas, 2005. Sus trabajos han aparecido en distintas revistas del país y del exterior. Se ha desempeñado como jurado de concursos, participado como lector y como organizador de distintos ciclos de poesía. Miembro del grupo La Torre de Papel de Botnia.
2 comentarios:
Qué buenos que están los gráficos!!
Denise/Pitangus :)
Prezensia Simiasterio, dos veces viuda de Aserteros, despertó sobresaltada luego de soñar que la cama se le llenaba de gajilíes colorados que la aplastaban hasta asfixiarla. Había dado demasiadas vueltas esa noche, en el enorme lecho custodiado por el mobiliario oscuro, pesado, amenazador. Las sábanas de matelán, bordadas con sus iniciales, se le habían enroscado en el cuello y el despertar se confundió con el sueño sofocante. Quiso gritar, con la idea de que alguna de las niñas acudiera a socorrerla, pero no le salió la voz.
Pensó:- Mejor te tranquilizas, Prezensia, y desatas este anudadero. Y eso hizo, sosegada por el crecimiento de los rumores y los pasos que iban poblando la casa. El esfuerzo la agotó. Quedó exánime, los brazos en cruz. Creyó entrever en los rincones la manifestación de algunos de sus muertos. Pero no. Cuando la respiración volvió a su cauce se levantó, soltó su cabellera de la redecilla y la cepilló con vigor. Se echó la pañoleta de seda sobre los hombros y salió en camisón al patio principal. Había un vestigio de frescor, el atisbo de la lluvia que había regalado la noche. Pero el canto de las cigarras en los eucaliptos presagiaba un día bochornoso. Se encaminó hacia el segundo patio, donde estaba la cocina, la puerta abierta de par en par. Un olor a café amargo le saltó al pecho.
-Buenos días, progenitora- dijo la primera de las vástagas que la advirtió en el vano. Y fue como dar cuerda a una hilera de cajitas de música. En canon se cumplió el rito del saludo filial al que se sumó el respetuoso coro de las criadas:-Buenos días tenga la señora Prezensia.
-Todo en orden, pensó la dueña de casa y se ubicó en la cabecera de la mesa.
Placeres y Clemencia entraron, ya muy vestidas, con la ropa que utilizaban para las visitas de pésame.
-Su bendición, progenitora-dijo Placeres- Voy a lo de los Batata.
El hijo mayor de la familia, que había sido compañero de escuela de la muchacha, había sido devorado por un caimán en un vado del río de los Cienfuegos.
-La tienes, hija, que tu visita es piadosa. ¿Tú también vas, Clemencita?
-No, progenitora. Anoche, cuando usted se había acostado, llegó Ramón Barquero para avisar que murió Asuncionsita Oveja, la celíaca, de un atracón que se dio con los pasteles que habían preparado para las bodas de oro de sus abuelos. Invitaron a la familia a una fiesta y al llegar, encontraron un velorio.
-Vayan en paz- dijo doña Prezensia, mientras pensaba en lo bien que se comía en casa de los Oveja.
Después de tomar su café y antes de vestirse, doña Prezensia se asomó al tercer patio.
-¡Fermín!¡Fermín!
-Mande, señora.
-Hoy no le pongas tanto alimento a los baigales, que se empachan. Y dile a Crisiano que prepare el coche, que tengo que salir.
-Si, señora. El mulato salió corriendo como si fuera un hemú.
Doña Prezensia se quedó abstraída en la contemplación de las enormes ramas del urcal. Entonces escuchó gimotear. Algo ocurría en uno de los retretes. La señora golpeó la puerta. -¿Qué pasa?¿Quién llora?
Se produjo un silencio. El cerrojo se corrió, se abrió la puerta y Lisitú, en camisón, desmelenada y enrojecida de tanto llorar, se arrojó a los brazos de su progenitora.
-Pero hija, hija, ¿qué te pasa?
La niña estaba tan perturbada, que la hizo sentar en uno de los bancos dispersos por el patio. Doña Prezensia prefirió no recurrir a las criadas. Ella misma sacó agua del aljibe y se la sirvió a Lisitú en una de las jícaras de mellado latón.
-Bueno, ¿mejor? A ver, ¿qué te sucede?
-Rufino, progenitora. Anoche me tocó con la mente....ahí donde usted sabe. Me tocó mucho y no sé si no me enfermó de un hijo.......
La desolada niña volvió a aferrarse a su progenitora, mientras una bandada de pelibes castaños cruzó el cielo en perfecta escuadra, portadores de la desgracia y el calor del mediodía.
-Bueno, bueno. No llores más. A ver......¡Estanislasia! ¡Estanislasia!
La vieja india se asomó por un resquicio de la cortina que cubría su puerta. La progenitora tomó a Lisitú por los hombros y se encaminaron hacia la anciana.
-Estanislasia, hazle tomar baños de asiento de agua caliente y té de Cachamai.
-Ahhg- exclamó la desdentada- ¿quién fue el puerco?¿quién osó.....?
-El abusador de Rufino Cordero, ese asqueroso violador telepático. Ya le voy a arreglar las cuentas. Ahora prevengamos males mayores.
-Ahhg- resopló la vieja y atrajo a la muchacha a su recinto.
A pesar de la preocupación, Doña Prezensia no pudo dejar de sentir el peso de algunos ojitos curiosos y malignos, de los criados que cumplían sus tareas en los corrales del último patio. Gritó para todos y para nadie:- Y todo el mundo a trabajar, carajo.
Corrió presurosa a vestirse. Cuando salió del cuarto hacia el escritorio, se cruzó con Ismaelita.
-Progenitora, el bisabuelo Simón mandó recado. La espera esta tarde, a la hora del té.
-Gracias, hija.- ¿Qué querría ahora ese avaro y perverso abuelo suyo?
Se encerró a trabajar con sus papeles. En pocas horas tenía que entrevistarse con los hermanos Garza, unos mellizos del pueblo, ordenados sacerdotes, que compartían el manejo de la capilla de la Última Caridad. Quería iniciar los trámites de beatificación en vida de su hermano Hipólito, el epiléptico, que había intercedido milagrosamente en la curación d e la esterilidad de varias vecinas, que ahora querían rendirle culto. Miró los retratos que presidían la habitación. Don Antenor Aserteros, augusto con su aureola de pelo crespo y canoso, los mostachos enhiestos, la mirada llena de poder. La fortuna había venido de su mano. Pálido, bello, lampiño, Egidio Aserteros, su sobrino y segundo esposo, languidecía en el otro retrato. Con el había conocido la pasión. Una profunda oscuridad se agolpó en la ventana, pero antes de que doña Prezensia pudiera preguntarse que significaba, golpearon la puerta. Era Crisiano. El coche estaba listo.
En el patio sus vástagas miraban hacia el cielo.
-¿Vio progenitora? Parece que va a llover.
Doña Prezensia comprobó de un rápido vistazo el presagio. Eso era la porquería que Mamada Perpetua tenía por clima. Llover, siempre llover. Y a veces, también, llorar.
Marcelo Juan Valenti (Rosario, 1696). Publicaciones: "Paralelo Protervia", novela en co-autoría con María Luisa Siciliani, 1998 "Una langosta en la casa invisible", cuentos, 1999. "Presagio de la reina ciega", poemas, 2002. "Caballo Bifronte" prosa poética en co-autoría con Susana Rozas 2003. "Juego de abadesas", poemas, 2005. Sus trabajos han aparecido en distintas revistas del país y del exterior. Se ha desempeñado como jurado de concursos, participado como lector y como organizador de distintos ciclos de poesía. Miembro del grupo La Torre de Papel de Botnia.
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